domingo, 24 de enero de 2016

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-PRIMERA TEMPESTAD-



             Tuvo que empujar la puerta con todas sus fuerzas para conseguir cerrarla. Por fin había llegado a casa. Y aunque el frío siguiera dentro, al menos había conseguido refugiarse del viento huracanado. ¿Cómo era posible una nevada así a principios de septiembre? Después de todo, vivían en una pequeña ciudad en la que nunca pasaba nada fuera de lo normal. 


             –Nunca antes, en ninguno de mis dieciocho inviernos, había visto la nieve. Y ahora se tiene que poner a nevar a finales de verano. Para colmo me va a llevar años quitarme todos estos enredos... ¡Perfecto! – Laila se quejó para sí misma cuando vio su mal aspecto reflejado en el espejo de la entrada. Su larga melena castaña, que normalmente dibujaba unas ondas perfectas, ahora estaba desordenada y encrespada, llena de pequeñas motitas blancas. Pequeños copos de nieve que resaltaban sus reflejos anaranjados. Me va a llevar años quitarme todos estos enredos... 


            Tenía las mejillas rojas, lo que resaltaba aún más su llamativa palidez, y unos grandes ojos negros que transmitían su cansancio. Lo único que había permanecido intacto era su chaquetón verde, que después de varios inviernos consecutivos, seguía conservando un aspecto impecable, y una resistencia sorprendente. 


            –Laila, ¿estás ahí? – La voz de su abuela envolvía, como de costumbre, cada rincón de la casa. – ¿Laila? 

            –Sí, abuela, acabo de llegar. 
            –¿Puedes venir a ayudarme? 

            En seguida avanzó hacia donde la grave voz de su abuela la guiaba, que la llevó hacia el pasillo de la segunda planta de la gran casa en la que vivía. 

           “¿Para qué necesitamos tanto espacio si solo vivimos aquí dos personas?”, se preguntaba en ocasiones, sobretodo cuando tenía que encargarse de limpiar habitaciones frías y vacías en las que nunca tenía la necesidad de entrar. Habitaciones que carecían de esa vida que tienen aquellas que pertenecen a alguien. Aquellas que desprendían una especial calidez humana. 

           Después de subir dos escaleras de incontables peldaños de mármol, encontró por fin a su abuela, luchando contra el viento para conseguir cerrar una ventana. Con tan solo dos zancadas tomó el lugar de su abuela, y con un empujón consiguió lo que a la mujer le estaba llevando tanto esfuerzo. Había vuelto a estar en contacto con el viento tan solo unos pocos segundos. Lo suficiente para terminar con la cara y la ropa llenas de blancas y pequeños círculos de hielo. 




        

           Rodeaba con sus alargados dedos una taza de té caliente, absorbiendo así el calor que desprendía la porcelana. Su tez y sus mejillas, que normalmente tenían un color algo rosado, estaban más pálidas que de costumbre. Mientras tanto, observaba el ritmo dinámico con el que su abuela recorría la casa haciendo labores. A sus casi ochenta y cuatro años, era una señora de limitada estatura y cortas piernas que podría seguir perfectamente el paso de un muchacho joven y alto, como lo era su otro nieto, el hermano de Laila. Tenía una abundante melena sin fin que siempre recogía en un roete gris, y unos brillantes ojos grises que reflejaban más vitalidad de la que suele darse en una mujer de tan larga edad. 

           –¿No has notado nada extraño? – Le dijo mientras se sentaba a su lado, después de haber puesto la comida en el fuego. 

           –Dejando aparte de este mal tiempo, todo parece estar como siempre. – Sus hombros se encogieron debajo del grueso chaquetón. 
           –No es solo una ventisca, está pasando algo más. 
           –Abuela, deja de decir estas cosas o empezaré a pensar que estás enloqueciendo. – Hizo una pausa para tomar un sorbo de té, que pasó caliente por su garganta, mientras sentía el peso de la mirada de la anciana sobre ella. – Vivimos en el mundo real. 
           –¡Ah!, es una pena, estas nuevas generaciones no me toman en serio. Tu hermano tampoco lo hizo nunca. Menos mal que aún hay gente que piensa que soy más que una vieja chiflada. 
           –¿Y qué es eso que según tú está pasando? Sorpréndeme. – Soltó en vaso sobre la mesa y dejó que su mirada de perdiera en el humo que el té caliente desprendía. Con frecuencia, su abuela solía hablar sobre sucesos sobrenaturales. Sucesos que le resultaban imposibles de creer. 
           –No sabría decirte con exactitud, pero es algo que nunca antes había llegado con tanta fuerza. 
     
         “Algo que nunca antes había llegado con tanta fuerza”, esas palabras desconcertaron a Laila y resonaron en su mente durante unos minutos. Ni siquiera después de darle un centenar de vueltas le encontró el sentido. De todas formas no tardó mucho en olvidarse del tema. Unos golpes que alguien dio en la puerta de la entrada la sacaron con brusquedad de su mundo interior lejano. Su abuela se levantó a abrir, y en cuestión de segundos su casa se encontraba llena de desconocidos. Nada nuevo para ella. Habitualmente muchas personas de la pequeña ciudad en la que vivían, y de los pueblos que la rodeaban, acudían a su abuela en busca de ayuda “esotérica”. O de “un fantasioso empujoncito para sus problemas”, como Laila lo llamaba. Se fue a su cuarto antes de que su abuela comenzará a leer el futuro de desconocidos en las cartas, cosa que para ella no tenía sentido. ¿Cómo te va a decir un simple trozo de papel con dibujos lo que solo tú mismo te vas a buscar?. Para ella, creer en eso era como creer en el destino, y ambas cosas le parecían absurdas. Sin embargo, era el trabajo de su abuela lo que la había mantenido durante casi toda su vida, hasta que su hermano encontró trabajo en Inglaterra y con frecuencia mandaba sobres con dinero. 
Pero, ¿por qué toda esa gente seguía yendo a su consulta en pleno siglo XXI?. Su abuela no solo veía el futuro en las cartas, también recurrían a ella en busca de hechizos. Algunas eran niñas de no más de quince años que querían que un chico se enamorara de ellas, y su abuela cedía y lo hacía. Laila no sabía mucho sobre esos temas, pero siempre había tenido la certeza de que eso supondría entrar en la magia negra. 

            Al entrar en su cuarto, vio en el calendario que estaba colgado en la pared que aquel día estaba señalado, lo que le recordó algo que le quitó de la cabeza aquellos ilógicos pensamientos. 


          –¿Magia? Esto es el mundo real, y en el mundo real, ¡hoy llega mi hermano de Inglaterra! – Casi derrama una lágrima al escucharse a sí misma diciendo eso. Había echado tanto de menos al chico durante los últimos dieciséis meses, que no se podía creer que por fin iba a volver a verlo. Miró el reloj y se dio cuenta de que aún faltaban dos horas para que el avión llegase, pero estaba tan nerviosa que necesitaba salir ya para el aeropuerto, necesitaba matar el tiempo. Se quitó las gastadas zapatillas que llevaba y las cambió por unas botas marrones que no dejaban pasar ni un mililitro de agua. Cogió el mismo bolso de siempre y se lo colgó del hombro. Salió corriendo de su cuarto, tan rápido como sus piernas se lo permitieron. Al terminar de bajar las escaleras, su abuela le cortó el paso. 


           –¿Dónde vas con este tiempo? – Apoyó una de sus huesudas manos sobre la barandilla. Cuando fruncía el ceño, sus ojos grises se quedaban casi escondidos debajo de la piel arrugada. 

           –¿No deberías seguir atendiendo a tus clientas? 
           –¿Dónde? – Insistió. 
           –¿Te acuerdas de tu otro nieto? Pues hoy vuelve. –En cuanto terminó de hablar se dio cuenta de que había vuelto a hacerlo. Había respondido a una pregunta con otra pregunta. Una manía con  la que terminaba irritando siempre a todo el mundo. 
           –¿Puedes parar de hacer eso? Por favor. –Se dio media vuelta y fue hacia la cocina. Laila dio dos pasos sin hacer nada de ruido. 
           – ¡No te muevas! – Gritó la anciana desde algún punto inexacto de la casa.

           “¿Cómo puede saber que me he movido habiendo una pared entre nosotras?” Pensó. 


           La abuela llegó al instante con un collar en su mano. Este tenía una perla verde esmeralda, envuelta por una espiral plateada. 


          –Esto te mantendrá alejada de las malas presencias... 

          –¿Lo dices por la nevada? Es raro en estas fechas, pero es algo natural. – Encogió los hombros, con una expresión despreocupada. La anciana entrecerró los ojos, como concentrada, y dio un largo y gélido suspiro. Poco después, todas las puertas y ventanas de la casa se cerraron dando un portazo. Laila no era de esas que se asustaban con facilidad, pero aquella vez no pudo evitar soltar un grito casi ensordecedor. 
          –¿Quieres salir? – Puso el collar ante sus ojos. – Pues hazme caso. Laila se giró y se sujetó el pelo mientras su abuela le abrochaba el colgante. 
          –Puedes obligarme a llevarlo, pero no a creérmelo. 
          –Ponme a prueba – bromeó. 

          Se miró en el espejo de la entrada antes de salir. Aunque el pequeño hall estaba oscuro, la piedra del collar brillaba por sí misma. Desprendía una luz verde que hacía que sus ojos parecieran más oscuros aún, rasgo que odiaba de sí misma. Se percató de que su abuela seguía observándola desde las escaleras. 


         –Al menos es bonito. – Se encogió de hombros, sabiendo que aún estaba siendo observada por su abuela. – Gracias. 


         Y en cuanto la mujer se marchó, salió corriendo de la casa, adentrándose nuevamente en una fuerte nevada. 






           Aparcó su moto en frente del aeropuerto antes de entrar. Aquel lugar era casi tan grande y espacioso como un centro comercial. En la entrada había una cafetería, una tienda de souvenirs y otra con cosas necesarias, para los viajeros despistados que se las olvidaran en casa, o no se hubieran acordado de comprarlas antes. Aún quedaba media hora para que el avión de su hermano llegara, así que entró en la gran tienda de souvenirs para hacer tiempo. De casualidad encontró pulseras con grabados, y en una de ellas ponía sobre una placa de metal; “eres mi hermano favorito”. No es que tuviera más hermanos. De hecho, Erik era el único que tenía, pero la compró sin pensarlo dos veces. 


           Los veinticinco minutos restantes los pasó sentándose y levantándose de sitios apartados, sin poder estar más de medio minuto quieta. 


          “El avión procedente de Inglaterra está a punto de aterrizar.” – Dijo una voz aguda, envuelta por una música simple y corta, parecida al sonido de un psilófono. 


           Después de la media hora más larga de su vida, parecía imposible que hubiera sonado por fin ese esperado mensaje. Aminoró el paso para dejar atrás cuanto antes el olor a café, las conversaciones en varios de idiomas diferentes y los mostradores de información, con colas infinitas de personas llenas de dudas y quejas. A través de las puertas de cristal vio como aterrizaba el avión. Dentro de él, en algún asiento concreto, estaría su hermano, esperando el aterrizaje con tantas ansias como ella. 

          Se abrieron las puertas, y cientos de pasajeros bajaron por la eterna escalera. Lo buscó desesperadamente con la mirada, pero no consiguió encontrarlo. Todo pareció pasar a cámara lenta, sin embargo, no pasaron más de diez minutos hasta que los primeros empezaron a entrar por las puertas de cristal, frente a las que ella se hallaba esperando. Comenzó a notar la presión de los pasajeros pasando por su lado, e incluso se llevó algunos pisotones y empujones. No era de extrañar, pues era como un obstáculo para los pasajeros. Pero aquello no le impidió a Laila seguir en medio del gentío. Ni siquiera le importó ser engullida por la multitud. 
          Después de esperar unos eternos segundos en la misma situación, comenzó a caminar a contracorriente. Hasta que alguien la agarró del brazo y tiró de ella, sacándola con dificultad de la multitud. Y ese alguien era él. Aquel que un día fue un niño revoltoso que la hacía de rabiar. Aquel que un día cambió sus soldaditos de juguete por maletas cargadas de ropa. Un niño de ahora veinte años. Metro ochenta y cinco, de constitución delgada pero con anchas espaldas, y un cabello negro y desaliñado. Sus ojos azules la miraron fijamente hasta que ella se lanzó sobre él y lo envolvió en un fuerte abrazo. Él hizo lo mismo. Al separarse, la levantó por la cintura y le dio una vuelta en el aire. 

           –¡Por fin!¡Por fin estás aquí!– Lo volvió a abrazar, esta vez con más fuerza. – No tienes ni idea de cuanto te he echado de menos. 

           –Yo a ti también, pequeñaja. – La estrujó con delicadeza entre sus brazos. Se separó de él en cuanto se dio cuenta de que no llevaba ninguna de sus cosas encima. 
           –Ay madre... – Laila se tensó a su lado. 
           –¿Qué es este colgante? – Dijo mientras sostenía la piedra entre las yemas de sus dedos. Su luz verde se reflejaba de una forma espectacular sobre sus ojos azules. – La abuela no te habrá comido la cabeza con sus cuentos, ¿verdad? 
           –Erik, he olvidado mis cosas en alguna parte... 

           El chico abrió la boca, pero la cerró antes de decir algo que hubiera podido desanimar a su hermana. Aunque era obvio que con tanta gente moviéndose por aquel lugar, alguien las habría cogido. 


          –Yo... Voy a ver si las veo. 


          Y se giró y salió corriendo, dejando a su hermano atrás. Estaba más preocupada por haber perdido el regalo que tenía para su hermano, que por los cascos de la moto. Miró en cada sitio en el que había estado, sorprendiéndose a sí misma de ser capaz de recordarlos todos. Preguntó a algunas personas que había cerca, para lo cual tuvo que hacer uso de sus leves conocimientos en francés y alemán. Nadie había visto nada. Y tampoco estaban en objetos perdidos. 


          –¿Qué has perdido? – Su hermano se abrió paso entre la multitud para seguirla. 

          –Los cascos de la moto y otra cosa... Oh, Dios, soy un completo desastre. 
          –Menos mal que siempre llevas la cartera en los bolsillos. No te preocupes, seguro que... 
          –¿Eres tú la que se ha ido olvidando la cabeza por ahí?– Lo interrumpió la voz grave de un desconocido. 

          Laila dio media vuelta, y se encontró con un chico que físicamente resultaba muy llamativo. Cabello dorado, piel muy pálida y unos ojos especialmente grises. Tenía una nariz alargada y una cara fina, con el mentón muy pronunciado. Le pareció más alto que su hermano, aunque desde su perspectiva de metro sesenta y cinco, casi todo el mundo en la ciudad le parecía alto. 


          –Supongo que sí eres tú – El chico sostenía en su mano derecha la bolsa de la tienda de souvenirs, mientras que los cascos colgaban de sus antebrazos. 

          –Eh, cuida el tono con el que le hablas a mi hermana. – Intentó ponerse delante de Laila, pero esta no lo dejó. 
          –Ey, no importa – Dijo con un tono tranquilizador. Ella también se había dado cuenta de la forma irónica de hablar del chico, como si se sintiera superior. Pero no le dio la mínima importancia.– Sí, soy yo, gracias. – Al coger sus cosas, rozó su mano durante una milésima de segundo, tiempo suficiente para que la piel del chico le transmitiera su frío. Un frío que dejó paralizado su cuerpo durante unos cortos segundos. Unos segundos en los que ambos se miraron a los ojos y tuvieron una misma sensación. Segundos después, él bajo la mirada hasta encontrar la perla verde que colgaba del cuello de la chica. Pareció quedarse embobado con su brillo. 

         –Laila, vámonos, este tío me da mala espina – Le susurró su hermano sin quitar sus ojos de encima del desconocido, como si su deslumbrante palidez lo hubiera hipnotizado incluso a él. 

         –Yo debería irme ya... Me alegra haberte sido de ayuda – Esas palabras pareció decirlas con cierta dificultad, como si de verdad no las sintiera. Y se dio media vuelta, sin esperarse a recibir una respuesta que Laila igualmente no dio. 
        
          La chica permaneció inmóvil y con la mirada perdida, incapaz de decir palabra alguna después de lo que había sentido después de tocar al chico. Por un momento incluso llegó a sentir como sus huesos y órganos desaparecían. Como si su cuerpo, por un momento, hubiera estado relleno de hielo resquebrajándose. Y entonces, tuvo un presentimiento que no le resultó nada agradable.

1 comentario :

  1. ¡Hola!
    Soy Sindy, de Tardes de Fantasía, y me ha encantado descubrir que hay más personas que utilizan su blog para compartir sus historias. Quizás las editoriales no se fijen en nosotras, pero sí habrá gente que lo haga y para mí eso es lo importante ahora; hacer llegar mis historias a otras personas.
    He leído este primer capítulo y me ha resultado muy interesante, me encantaría que siguieras subiéndolos al blog; puedes contar conmigo para leerlos :D (y si no comentase sería por falta de tiempo, aunque siempre podrías mandarme un correo para avisarme).
    Como he dicho antes, me gustaría mucho poder continuar leyendo tu historia. Estoy en una situación parecida a la tuya y será un placer apoyarte.
    No puedo aconsejarte en la historia o la escritura porque, evidentemente, no soy experta, pero sí puedo darte mi opinión. Los personajes me parecen interesantes, sobre todo la abuela y el desconocido del final. Las descripciones que haces son muy claras y fáciles de entender (aunque a mí me gustan descripciones más breves, pero eso ya es personal). No me he perdido con ellas, que es lo que me pasa cuando se enredan demasiado.
    Lo que sí... me perdí un poco en el diálogo con la abuela en el que ella le preguntaba a Laila a dónde iba con ese tiempo; no me quedó claro quién era la que siempre respondía con preguntas.
    Y creo que es lo que puedo decirte. Sigue adelante, porque estaré encantada de leerte.
    Un saludo!!

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